“Revisar Facebook sin pensar te asemeja a una rata de laboratorio que presiona la palanca con la esperanza de recibir comida”. ¡Auch! Esta cita de un artículo del Wall Street Journal me hizo pensar.

Es posible que recuerdes este ejemplo de ‘refuerzo intermitente’ de tus clases introductorias a la psicología: la rata no recibe comida cada vez que presiona la palanca, pero algunas veces sí la recibe. En consecuencia, la rata sigue “con la esperanza” de recibir comida y nunca deja de presionar la palanca. La comparación sin duda tocó una fibra sensible.

Constantemente revisamos nuestra página de Facebook, la cuenta de Instagram o los correos electrónicos, con la esperanza de que quizás esta vez encontraremos algo emocionante.

Este no es un fenómeno nuevo. En los “viejos tiempos”, revisábamos nuestros buzones con la misma esperanza. Pero era un suceso de una vez al día. Si no había una herencia de un tío perdido o una carta de amor de un admirador secreto, no seguíamos revisando una y otra vez. Teníamos que esperar hasta el día siguiente, hasta que volvieran a repartir el correo. No había ninguna palanca que se pudiera presionar.

Pero ahora podemos presionar la palanca sin parar, todo el día y toda la noche. ¿Para qué? ¿A qué costo?

Una noche salí a cenar con mi familia. Era una oportunidad para pasar tiempo juntos. En una de las mesas vecinas estaba sentada una pareja, en la otra mesa había dos hombres. Estas cuatro personas se pasaron toda la velada (no exagero) ocupadas en sus teléfonos, apenas levantaron la mirada para pedir su comida.

Me cuesta creer que recibieron la gratificación que deseaban, esa “bolita de comida” o el zumbido de un correo electrónico o un post tan crucial que no podía esperar hasta que terminaran la cena.

¿Cómo combatimos este preocupante fenómeno? Como con cualquier cosa, el primer paso es tomar conciencia. Luego vienen la estrategia, las herramientas, la planificación. ¿Cómo podemos quebrar esta rutina?

El artículo del Wall Street Journal sugiere (y esto no es ingeniería aeroespacial) que se deben fijar límites. Mucho antes de que la palabra Internet llegara a nuestros labios, teníamos una regla que fijaba que “no hay teléfonos” en nuestra mesa cuando comemos. No me refiero a teléfonos celulares (sí, ¡soy vieja!). Me refiero a que no contestábamos el teléfono de la casa durante la cena. Ese era nuestro tiempo familiar y todo lo demás podía esperar.

Extendimos esta regla a los teléfonos celulares e intentamos mantenerla estrictamente (aunque permitimos la compulsión de algunos de nuestros hijos a tomar fotografías de su plato –¿debo sentirme halagada?– y mandarlas por chat a sus amigos). La hora de la cena es nuestra oportunidad para conversar con las personas que están en la habitación, a nuestro lado. Los demás pueden esperar.

Es cortés, profundiza nuestras relaciones familiares y también ayuda a quebrar la adicción. No tenemos que estar en el teléfono continuamente. El mundo (y nuestras amistades) pueden sobrevivir durante esa media hora.

Una de mis amigas más sociales descubrió una aplicación para su teléfono llamada “House Party” (fiesta en casa). Es Face Time con esteroides. Todos tus amigos se pueden unir junto con los amigos de cualquier otro que se haya unido. Después de unas cuantas semanas de gritar por su teléfono durante horas sólo para que la escucharan, mi amiga decidió que era demasiado. No era necesario incluir a todo el mundo y ella no necesitaba revisar a cada rato para ver quién se había unido. Francamente era agotador.

Presionar esa palanca, revisar esos correos electrónicos y páginas de Facebook casi siempre lleva a una decepción, porque en definitiva nuestra validación e inspiración tienen que venir de adentro, y deben basarse en reconocer nuestro yo interior, nuestra alma y el verdadero potencial que Dios plantó en nosotros.

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