“Nacimos para sufrir” me dijo con tristeza la dulce abuelita. Le sonreí con amabilidad.

“Si el sufrimiento es inevitable, ofrézcalo”, le sugerí”, “dele valor, sentido”.

“’Cómo puedo hacerlo?”, me preguntó.

“La Virgen María se apareció hace muchos años a tres pastorcillos en Fátima, Portugal. Les dejó un mensaje URGENTE que siempre me ha impactado y en lo que a menudo pienso:“Rezad, rezad mucho y haced sacrificios por los pecadores;. Van muchas almas al infierno por no haber quien se sacrifique por ellas”. Necesitamos las oraciones y sacrificios de los otros. Nos necesitamos para apoyarnos en la oración, pues siendo hijos de un mismo Dios, somos hermanos”.

Le hablé de la felicidad eterna, del cielo que nos tiene Dios prometido.

Tiempo después me la encontré. Me dio una lección enorme de humildad y paciencia.

“Sufro mucho, y todo lo ofrezco. “Por tu amor Jesús”, le digo. Y le pido perdón por mis muchos pecados”.

No imaginas cuantos lectores me escriben contándome de las dificultades que a diario viven, el dolor, la soledad, los sufrimientos.

Los malos momentos de alguna forma nos ciegan y no nos permiten ver más allá. Y es lógico, quién va a pensar que sufrir tiene algún valor. Va contra el sentido común. Lo que nos interesa es ver cómo logramos solucionarlo. La lógica de Dios no se parece en nada a la nuestra. Sufrir para redimirnos, perdonar a todos, amar a todos, hacernos herederos del Reino.

Una vez leí que Dios eligió el sufrimiento para redimirnos porque el dolor es algo que todos comprendemos. Si hubiese elegido la música o la pintura, sólo unos cuántos habrían comprendido su mensaje. Pero el dolor nos es familiar, lo conocemos bien.

Miras a Jesús en la cruz y sabes lo que padeció, que lo hizo por ti y no te queda más que agradecer tanto amor. Comprender lo que sufrió y verlo en la cruz te mueve a amarlo.

Me ha ocurrido que, pensando en mis problemas tratando de solucionarlos, no veo más allá, donde me esperan la misericordia y el amor de Dios.

Hay que ver con los ojos del alma. Esto me lo enseñó una abuelita que cada día ofrece por la salvación de las almas su enfermedad, carencias y sufrimientos.

En estos días dedica tiempo a tu alma. Si pudieras ver su estado actual, ¿qué verías?

Nutre tu alma, como haces con el cuerpo. No la olvides. No la lleves desnutrida por el mundo. Vale demasiado a los ojos de Dios.

Empieza por una buena confesión sacramental para restaurar tu amistad con Dios. Pídele la gracia para caminar a su encuentro. El resto vendrá por añadidura.

¡Ánimo! Dios espera mucho de ti.

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