“La Respuesta de Warren Buffet que refleja un concepto católico”.
El Sr. Warren Buffet es uno de los hombres más ricos del mundo. Es el inversionista más exitoso de todos los tiempos en Wall Street. La revista Time lo catalogó como uno de los hombres con mayor influencia en el mundo durante el siglo XX. Además, es un hombre muy querido y respetado por su sencillez.
En una entrevista, le hicieron la siguiente pregunta: ¿Cuál fue la enseñanza más importante que has recibido en tu vida? Era de esperarse que el Sr. Buffet hiciera referencia a un consejo relacionado con el mundo de las finanzas o alguna estrategia de negocios, sin embargo, su respuesta reflejó un concepto sensible y trascendental. Él respondió: La mayor lección que he recibido es el poder del amor incondicional… creo que no hay un poder en la tierra como el poder del amor incondicional…
Si lo pensamos bien, el Sr. Buffet está haciendo referencia a un concepto básico del pensamiento judío. El amor incondicional es mencionado numerosas veces en la biblia y constituye la base de nuestra relación con Dios, de nuestra relación con el prójimo y de nuestra relación con nosotros mismos.
Ahora bien, cabe preguntar ¿por qué el amor incondicional tiene tanta fuerza? ¿de dónde proviene ese poder tan especial que tiene el amor incondicional?
Los expertos señalan que el amor incondicional es eterno y supera las limitaciones naturales del tiempo y el espacio. El amor entre dos personas está sujeto a una condición, es limitado, pues sólo podrá existir en tanto exista la condición que lo sostiene. Ello es comparable a un aparato eléctrico que solo puede funcionar mientras esté conectado a una fuente eléctrica de poder, pero que, si se apaga la fuente, se apagará también el aparato. El amor incondicional, por el contrario, no está sujeto a nada, no está limitado por ninguna condición y por eso nunca se anula.
En su libro “El hombre en busca de sentido”, el Dr. Victor Frankl dice “El amor trasciende la persona física del ser amado y encuentra su significado más profundo en su espíritu, en su yo íntimo. Que esté o no presente, y aun siquiera que continúe viviendo deja de ser importante”.
Vemos, pues, que cuando dos partes se unen bajo esta regla de amor incondicional, forman un nexo que supera la razón, la lógica y la naturaleza, supera el tiempo y el espacio. Eso es un lazo eterno.
Un ejercicio práctico
A continuación, me gustaría compartir un ejercicio que aprendí de dos de mis maestros y que he aplicado recurrentemente durante los últimos años. Lo recomiendo con toda confianza a quien esté realmente interesado en ofrecer amor incondicional.
Mientras comparto o juego con mi hija de cuatro años, le doy un abrazo, la veo a los ojos y le pregunto: Azeneth ¿sabes por qué te quiero?
Cabe aclarar que su cara se llena de sorpresa y curiosidad, pues, no nos engañemos, un niño no da por sentado el tipo de amor que su padre le tiene, es necesario expresárselo clara y frecuentemente. Es fascinante desafiar sus pensamientos y obligarla a pesar en un por qué: ¿qué hace que tu padre te quiera?
Probablemente, en su inocencia, el niño dirá: No sé, y ese es el momento de ayudarlo a disipar cualquier duda: ¿Tú crees que te quiero porque te portaste bien en la escuela? Aquí su rostro se ve un poco preocupado (¡pues teme que tendrá que portarse bien siempre para ser querido!) Y rápidamente le aclaro: ¡No!, no es por eso. ¿Quizás porque recogiste tus juguetes? ¿Porque cuidaste a tu hermana pequeña? ¿quizás porque eres responsable y atenta en tus estudios? Aquí de nuevo se ve preocupada, pero inmediatamente le digo: ¡No! Ninguna de estas razones me hace quererte. Me gusta y me satisface que te portes bien y seas responsable, pero no es eso lo que me hace quererte. Ahora, su cara se llena de alegría. Se siente incluso aliviado.
Lo mejor es cuando le digo mi respuesta: Azeneth ¿sabes por qué papi te quiere?… Porque tú eres mi hija.
Si lo pensamos bien, el vínculo que hay entre un padre y un hijo no depende de nada, de ninguna circunstancia, de ningún comportamiento. Nunca va a cambiar. Expresarle esa idea a un hijo o a una hija, en mi humilde opinión, es una demostración clara de amor incondicional. Es un regalo para toda su vida. Es una acción que crea y fortalece un lazo eterno, un lazo irrompible. El mensaje es muy simple, y a la vez muy poderoso: Entiéndelo hija mía, y llévalo por siempre en tu corazón. Tu padre te quiere porque es tu padre. ¡Así de simple!
No sólo en las relaciones humanas
Además de su poder en las relaciones humanas, el amor incondicional te ayuda a imitar los caminos de Dios, ya que Él mismo se comporta así. El Padre nos ofrece y nos expresa amor incondicional constantemente. Por ejemplo, uno puede arrepentirse y rectificar sus acciones y el catolicismo claramente enseña que Dios, acepta el arrepentimiento de todos, hasta de los más alejados. Eso es amor incondicional. Una persona siempre puede volver a los brazos de Su Padre, y, aunque haya actuado de forma indeseable, ello no quiebra el lazo intrínseco que los une. Por lo tanto, cuando alguien aprende y se acostumbra a ofrecer amor incondicional, está imitando al Creador y está liberando el infinito potencial que fue depositado en él.
Para el hombre común
De todo este asunto sale un mensaje muy alentador para quienes estamos luchando diariamente por mejorarnos como personas. Quienes buscamos cumplir nuestro deber como católicos, como esposos, padres, hijos, hermanos, amigos, debemos saber que El Creador del universo nos ama, nos acepta, nos acompaña, sin ninguna reserva, sin ninguna condición, por el siempre hecho de ser sus hijos.
En aquella entrevista, el Sr. Buffet dijo: Si le ofreces eso a tus hijos habrás completado el 90% del camino.
Si concluyeras que este tema es importante para ti y decidieras hacer algo al respecto, ¿qué podrías hacer hoy para ofrecerle amor incondicional a un ser querido? Si tomas en cuenta que el Creador del universo te ama y te acepta sin condición ¿podrías dominar las voces internas de crítica y ansiedad? ¿te animarías a enfrentar una situación que parece imposible? Estoy seguro que sí. ¡Éxito!
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