Las palabras pueden provocar muchísima angustia y daños irreparables.

Hay un cuento popular que nos relata sobre un hombre que habló mal sobre el sacerdote del pueblo. Después suplicó al sacerdote que lo perdonara, en su deseo por reparar el daño. El sacerdote le dijo que tomara un cuchillo, que abriera una almohada rellena de plumas y que luego tirara las plumas al viento. Hizo esto y las plumas se esparcieron por doquier. “Ahora, ¿me perdona?”, preguntó el hombre.

-“Sí”, respondió el sacerdote, “tan pronto logres recuperar todas las plumas”.

-“¡Pero eso es imposible!”.

-“Exactamente. Cuando hablamos mal de alguien, el daño se difunde y tiene consecuencias muy a largo plazo. Es imposible reparar ese daño”.

Las palabras son poderosas. Pueden quebrantar relaciones y arruinar reputaciones, o bien pueden edificar e inspirar.

Casi todo el mundo chismea, ansiosos por compartir y saber de los rumores más recientes. ¿Por qué? ¿Por qué atrae tanto esta clase de conducta?

Los chismosos son comparables con una víbora, pues ambos atacan a sus víctimas sin obtener un beneficio tangible. La víbora muerde y envenena a la persona, mas no recibe ningún alimento a cambio. Y el chismoso no obtiene nada al destruir la reputación ajena.

Chismear no es sólo dar rienda suelta a nuestra curiosidad sobre la vida ajena. Es un intento de elevarnos a nosotros mismos. Resulta atractivo enlodar a los demás y, de manera instantánea, mejorar nuestra autoestima.

Así creemos poder ahorrarnos la difícil tarea de desarrollar una autoestima auténtica mediante la superación de nuestros defectos de personalidad.

Al final de cuentas, nos rebajamos. Como moscas atraídas por la inmundicia, desconocemos lo bueno de los demás y nos centramos exclusivamente en sus defectos. Nos volvemos mezquinos y ruines, observando el mundo con una mirada negativa y cínica. Provocamos un dolor incalculable y al mismo tiempo fomentamos la cizaña.

Las palabras poseen la facultad de traer ideas teóricas de la mente al mundo físico, creando así la realidad. Con el poder del habla, podemos transformar a las personas en objetos, despojándolas de su dignidad, o bien elevarnos realzando lo bueno que tienen los demás, demostrando respeto y construyendo un mundo de benevolencia.

La próxima vez que nos tiente centrarnos en los aspectos negativos de otra persona, canalicemos esa crítica hacia adentro y analicémonos con mucho cuidado. El verdadero enaltecimiento parte por mejorar nuestra propia persona y, al mismo tiempo, buscar lo positivo de los demás.

En Resumen

Obtenemos un placer perverso al ensuciar a los demás para enaltecer nuestra propia persona.

A fin de cuentas, nos rebajamos y nos volvemos ruines y negativos.

La próxima vez que nos tiente centrarnos en los aspectos negativos de otra persona, analicémonos con mucho cuidado y, al mismo tiempo, veamos lo bueno de los demás.


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