En un matrimonio sano, ambos cónyuges tienen un sentido equilibrado de identidad y pertenencia. Ninguno de los dos busca dominar al otro.

En una oportunidad, nosotros discutimos cómo el modelo de liderazgo de Cristo requería mucha humildad en lugar de dominio.

“Quien quiera hacerse grande entre ustedes debe ser su servidor”, enseñó Jesús, “y quien quiera ser el primero debe ser su esclavo…” (Mateo 20,26-27).

Sin embargo, el liderazgo dominante de hoy en día parece ser el predeterminado para muchos hombres que tratan de controlar todos los aspectos de su matrimonio y de su familia.

¿Qué lleva a este tipo de pensamiento?

Típicamente, el esposo dominante que podemos ver hoy en cada ciudad o poblado del mundo ha sido fuertemente influenciado por el ambiente de su infancia.

Él pudo haber tenido padres desnutridos o separados. Al crecer, un niño necesita afecto, amor y atención de ambos padres. Cuando esta influencia de crianza es débil, puede desarrollar demasiado su sentido de independencia como defensa emocional, lo que lleva a una personalidad fuerte.

Un matrimonio codependiente

He descubierto que estos tipos de personalidades tienden a ser atraídas por mujeres con disposiciones opuestas. Ella puede ser cuidadosa y aceptadora, justo lo que él necesita, pero también tener una baja autoestima y falta de confianza. Esta combinación hace que su matrimonio se adapte de manera única a la personalidad contundente del hombre.

Lo que resulta de todo esto es un matrimonio poco saludable, una relación malsana y codependiente con pocas posibilidades de satisfacción a largo plazo. El esposo no respetará a la esposa porque ella es débil. La esposa se resentirá con el marido porque él la domina.

En un matrimonio sano y saludable, ambos cónyuges tienen un sentido equilibrado de identidad y pertenencia. Ninguno de los dos tiene que buscar ese equilibrio de una manera poco saludable a través de la dependencia excesiva en el otro.

Modelo negativo de ejemplo

Otra causa puede ser el modelado negativo. Los modelos más fuertes en los años de formación de un niño son casi siempre sus padres. Si crece con un padre dominante, es probable que también muestre ese rasgo.

En Deuteronomio 5,9, Dios le dice al pueblo de Israel que castiga la maldad de los pecados de los padres sobre sus hijos hasta la tercera y cuarta generación.

Cuando los niños crecen en un ambiente pecaminoso, es difícil no ser influenciado por los mismos pecados. Y no es solo un problema relacionado con dominar al otro o ejercer su carácter dominante, se relaciona con todos los tipos de pecado.

Cuando un niño está constantemente expuesto a palabras duras, comportamiento inmoral, tratamiento abusivo, negligencia, etc., no es sorprendente que se convierta en un adulto que muestre los mismos rasgos. Él o ella llevará esos sistemas de creencias al matrimonio y creará otro hogar poco saludable.

Un círculo vicioso que necesita sanación.

Cada persona que he conocido o aconsejado sufre de una falta grave  o defecto de personalidad que se desarrolló debido a su entorno familiar mientras crecía. Tal vez sea una esposa con problemas de confianza en sí misma, o un esposo dominante.

O tal vez están repitiendo algún otro pecado paternal: prejuicio, negatividad, orgullo, tradición religiosa, chismes, abuso, abuso de sustancias, o ira.

El primer paso para derrotar estos rasgos generacionales es darse cuenta de que no está bien y, reconocer que tiene algo en su comportamiento que no está bien, y con la ayuda de Dios, romper esa cadena de pecado que ha cosechado en su entorno familiar y sanar así todas sus heridas.

Te invito hoy a que examines tu propio comportamiento en tu matrimonio. ¿Eres un esposo dominante? ¿Eres una mujer resentida? ¿Cómo estos pecados están impactando el futuro de sus hijos?

Es vital, desde este momento, amar y nutrir a tus hijos mientras vas modelando su conducta para que tengan un comportamiento sano, saludable y provechoso para el bien común, porque es muy probable que se vuelvan como tú.


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