El peligro que corre el pecador que tarda en convertirse

Domine, filia mea modo defunca est. «Señor, una hija mía acaba de morir». (Matth. IX, 18)

¡Cuán bueno es Dios! Si hubiésemos de obtener el perdón de parte de un hombre que tuviese de nosotros algún motivo de queja, ¡cuántos disgustos tendríamos que sufrir! No sucede esto de parte de Dios. Cuando un pecador se humilla y se postra y le abraza, según aquéllas palabras de Zacarías: «Convertíos a mí, dice el Señor de los ejércitos y yo me convertiré a vosotros. (Zach. I, 3). Pecadores, dice el Señor: si yo os volví las espaldas es porque vosotros me las volvisteis primero. Tornad a mí, y yo tornaré a vosotros y os ofreceré mis brazos. (más…)