Dios no es aburrido, tampoco una broma, Él es tan capaz de reír como tú y yo así como es también capaz de angustiarse por todos nosotros.
“Dios es el Eterno que no tiene tiempo, pero es capaz de renovar, rejuvenecerse continuamente y rejuvenecer todo. […]
“Es joven porque hace nuevas todas las cosas y ama las novedades; porque sorprende y ama el estupor; porque sabe soñar y tiene el deseo de nuestros sueños; porque es fuerte y entusiasta; porque construye relaciones y nos pide a nosotros que hagamos lo mismo, es social”
Papa Francisco
Tendemos a pensar en Dios como un ancianito que siempre tiene un gesto adusto y que nos mira con reprobación cada que hacemos algo malo. Incluso (siendo 100% honestos) hemos llegado a considerarle aburrido ¡y cómo no! Seguramente todos vivimos alguna vez la experiencia de la señora viejita que se quedaba dormida a medio rezo y todos tenían que esperar a que despertara para continuar; o de esa hora Santa en la que nadie decía ni pío y (dado que para ese entonces no teníamos mucha experiencia con la oración interior) terminábamos quedándonos dormidos de rodillas.
Pero estoy muy segura de que hubo una época en la que no fue así ¿Recuerdas las clases de catecismo? ¿Las divertidas canciones y dinámicas que nos ponían? Porque todos pasamos la época del “granito de mostaza” y de “baja el río”. Sí, Dios era divertido en aquella época ¿no es cierto?
Pero Dios sigue siendo el mismo, lo que cambió fue nuestro concepto de Él.
“Dios es siempre el mismo, somos nosotros quienes cambiamos de idea respecto a Él”
Hablemos de Jesús. Él se hizo humano y semejante a nosotros en todo excepto en el pecado (según escribe san Juan Pablo II en la constitución pastoral Gaudium et spes del Concilio Vaticano II):
“El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado.”
Jesús, en su infinito amor por nosotros, se hizo igual de humano que tú y que yo. Y eso incluye su sentido del humor, porque reír, sonreír y estar alegre es un instinto de la naturaleza humana.
Tal vez resulte un tanto difícil imaginarnos a un Jesús sonriendo y mucho más soltando una carcajada. Pero Él lo hace. Sonríe y se alegra cada vez que lo buscas, cada vez que te arrepientes de algo y que puedes ser perdonado gracias a Su sacrificio, cada vez que ayudas a alguien, cada vez que alcanzas un sueño… Él es feliz cada que tú lo eres porque ama verte así.
Hay que acabar con esa idea tonta de que Dios es aburrido ¡porque definitivamente no lo es! Él es alegre y apasionante como el que más. Basta sumergirse un poco en su Palabra, en su Presencia para descubrirlo. Él no es un Dios “solo para mayores” ¡es apto para todos los públicos! Está solo esperando a que lo busquemos, a que iniciemos una conversación con Él para respondernos, para entrar en nuestra vida y abrazarnos e inundarnos con su amor.
Él está ahí, cada día, poniendo el sol para nosotros, pintando amaneceres hermosos que nos gritan ¡Te amo!, lanzando soplos de aire fresco como caricias y haciendo mil cosas más que acostumbramos ignorar por estar demasiado ocupados con las cosas del mundo. No nos damos cuenta de todas esas demostraciones de afecto y tampoco nos tomamos la molestia de pasar tiempo con Él para descubrir que había intentado hablar con nosotros durante todo el día.
No es aburrido, es cierto que a veces lo pintan como si lo fuera, pero es un completo error. Él es tan capaz de reír como cualquiera, y si Jesús que es Dios mismo ríe y tiene sentido del humor, es mucho más lógico pensar que nosotros también deberíamos reír más a menudo en lugar de ser tan amarguras ¿No te parece?
¡Seamos como niños!
Pensemos en la cita de Marcos 10,14: “El Reino de Dios pertenece a los que son como niños”. Hay que poner atención es esto pues “ser como niño” no es lo mismo que “ser niño” (de lo contrario no habría esperanza para nosotros). Ser como niño abarca muchas cuestiones, pero quiero enfocarme en el tema que estamos tratando: el sentido del humor.
Ahora, honestamente ¿Quién conoce a un niño amargado? A día de hoy yo no he visto a ninguno por ahí. Por el contrario, los niños representan la inocencia en su estado más puro. Son amorales. Pueden llorar, gritar y enfadarse un segundo pero siempre vuelven a sonreír.
Y creo que esta es una lección muy importante para todos: seamos como niños. Vivamos la vida como una aventura, sorprendámonos con cada cosa nueva, disfrutemos de las cosas más sencillas, lloremos, sí, pero también aprendamos a reír a pesar del sufrimiento.
Lo complicado de la vida adulta es que nos tomamos todo demasiado en serio, nos centramos en lo malo y nunca en lo bueno, vemos los problemas en vez de los momentos felices. Sé muy bien que a veces no es fácil sonreír, sé que angustias y preocupaciones de toda clase nos rodean y que hay momentos en los que sonreír parece algo simplemente imposible o ridículo. Pero va a pasar, todo dolor, problema y angustia pasa.
En especial porque tú tienes un Dios que no es indiferente a tu sufrimiento, sino que desea felicidad y bendición para tu vida.
“No puedes aspirar a vivir en el Reino de Dios si no aspiras primero a vivir con la alegría de un niño“
Asimismo, nuestra alegría, esa alegría casi infantil, debe provenir siempre de Él y no del mundo, porque de lo contrario no será una felicidad verdadera sino una ilusión, y estaríamos haciendo lo contrario a Su voluntad (y así qué chiste ¿verdad?).
En la carta de San Pablo a los Gálatas vemos que los frutos de la carne son libertad sexual, impurezas y desvergüenzas; culto de los ídolos y magia; odios, ira y violencias; celos, furores, ambiciones, divisiones, sectarismo y envidias; borracheras, orgías y cosas semejantes. Mucho de esto es lo que el mundo de hoy nos presenta como la felicidad máxima, y sin embargo no es más que un placer efímero que a la larga sólo produce sufrimiento.
En la misma carta, San Pablo nos dice que uno de los frutos del Espíritu Santo es precisamente la alegría, pero hay que tener en cuenta que debemos primero tener a Dios y a su Espíritu en nosotros para después obtener esta alegría que nos guiará al Reino de Dios.</>
“La alegría que proviene del Espíritu no la obtendrás si no buscas tener primero al Espíritu Santo”
Puede que esto último suene un poco obvio, pero la verdad hay personas que de hecho quieren ser felices en términos de Dios pero no se acercan a buscarlo. Y así, señores, no se puede.
Tenemos, primero que nada, que entender que Dios también puede reír, y que siempre ha podido, pero que somos nosotros quienes decidimos verlo como un Dios severo o uno con sentido del humor. También que es prácticamente un requisito para entrar al Cielo el vivir con la alegría de un niño, y sin embargo para obtener esa alegría es necesario acercarse a Él y buscar su Espíritu.
Una vida de gozo y felicidad es posible, pero siempre depende de nosotros si incluimos en ella a aquél que pude dárnosla.
0 Comentarios